Saturday 17 February 2024

Arte y originalidad


 

Arte y originalidad

"No nos bañamos dos veces en el mismo río", decía Demócrito, famosa máxima o dicho que podemos contrastar con el igualmente conocido "nihil sub sole novum" de los romanos, que mencionábamos en nuestra anterior nota del pasado 28 de julio. Entre lo histórico, lo coyuntural, por un lado, y lo eterno, lo imperecedero, por otro, está la encrucijada en la que se halla en todo momento el ser humano como expresión o síntesis concreta, transitoria, de esa energía atemporal. O como decía Machado: "Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar."

¿En qué consiste pues la originalidad a la luz de estas consideraciones?

La originalidad – es decir, una nueva manera de ver las cosas, una nueva manera de expresarlas, una expansión del campo de la belleza – es una manifestación, una característica esencial de la energía artística auténtica. Por eso tantos artistas y aprendices de artista la persiguen y desean conseguir a todo precio.

Grave error. La originalidad es un efecto, no una causa de la energía artística. Buscar la originalidad sin desarrollar o disponer de esa energía es como buscar la caricia de una mujer sin haber conseguido antes que nos quiera. O como buscar el amor fuera de nosotros sin haber conseguido antes un mínimo equilibrio psicológico o espiritual interno. O, por recurrir a otro dicho común, es poner el carro delante de los caballos.

Un artista siempre es original, pero un original no siempre es artista.

Cuando nos preguntamos acerca de la génesis de la originalidad en el arte, se nos presenta una confluencia de diversos factores estrechamente vinculados entre sí: surgir de una nueva idiosincrasia única e inconfundible; coyuntura histórica caracterizada por la revolución o la transformación social profunda; desarrollo y disponibilidad de nuevas técnicas; circunstancias psicológicas favorables (por ejemplo, ausencia de formas de represión o autorrepresión extremadas o, al menos, incompatibles con la creatividad), etc.